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CUENTO :   El asno y el caballo

Adaptación de la fábula de Jean de la Fontaine

Un asno y un caballo vivían juntos desde su más tierna infancia y, como buenos amigos que eran, utilizaban el mismo establo, compartían la bandeja de heno, y se repartían el trabajo equitativamente. Su dueño era molinero, así que su tarea diaria consistía en transportar la harina de trigo desde el campo al mercado principal de la ciudad.

La rutina era la misma todas las mañanas: el hombre colocaba un enorme y pesado saco sobre el lomo del asno, y minutos después, otro igual de enorme y pesado sobre el lomo del caballo. En cuanto todo estaba preparado los tres abandonaban el establo y se ponían en marcha. Para los animales el trayecto era aburrido y bastante duro, pero como su sustento dependía de cumplir órdenes sin rechistar, ni se les pasaba por la mente quejarse de su suerte.

—————–

Un día, no se sabe por qué razón, el amo decidió poner dos sacos sobre el lomo de asno y ninguno sobre el lomo del caballo. Lo siguiente que hizo fue dar la orden de partir.

– ¡Arre, caballo! ¡Vamos, borrico!… ¡Daos prisa o llegaremos tarde!

Se adelantó unos metros y ellos fueron siguiendo sus pasos, como siempre perfectamente sincronizados.  Mientras caminaban, por primera vez desde que tenía uso de razón, el asno se lamentó:

– ¡Ay, amigo, fíjate en qué estado me encuentro! Nuestro dueño puso todo el peso sobre mi espalda y creo que es injusto. ¡Apenas puedo sostenerme en pie y me cuesta mucho respirar!

El pequeño burro tenía toda la razón: soportar esa carga era imposible para él. El caballo, en cambio, avanzaba a su lado ligero como una pluma y sintiendo la perfumada brisa de primavera peinando su crin. Se sentía tan dichoso, le invadía una sensación de libertad tan grande, que ni se paró a pensar en el sufrimiento de su colega. A decir verdad, hasta se sintió molesto por el comentario.

– Sí amiguete, ya sé que hoy no es el mejor día de tu vida, pero… ¡¿qué puedo hacer?!… ¡Yo no tengo la culpa de lo que te pasa!

Al burro le sorprendió la indiferencia y poca sensibilidad de su compañero de fatigas, pero estaba tan agobiado que se atrevió a pedirle ayuda.

– Te ruego que no me malinterpretes, amigo mío. Por nada del mundo quiero fastidiarte, pero la verdad es que me vendría de perlas que me echaras una mano. Me conoces y sabes que no te lo pediría si no fuera absolutamente necesario.

El caballo dio un respingo y puso cara de sorpresa.

 

– ¡¿Perdona?!… ¡¿Me lo estás diciendo en serio?!

El asno, ya medio mareado, pensó  que estaba en medio de una pesadilla.

– ‘No, esto no puede ser real… ¡Seguro que estoy soñando y pronto despertaré!’

El sudor empezó a caerle a chorros por el pelaje y notó que sus grandes ojos almendrados  empezaban a girar cada uno hacia un lado, completamente descontrolados. Segundos después todo se volvió borroso y se quedó prácticamente sin energía. Tuvo que hacer un esfuerzo descomunal para seguir pidiendo auxilio.

– Necesito que me ayudes porque yo… yo no puedo, amigo, no puedo continuar… Yo me… yo… ¡me voy a desmayar!

El caballo resopló con fastidio.

– ¡Bah, venga, no te pongas dramático que tampoco es para tanto! Te recuerdo que eres más joven que yo y estás en plena forma. Además, para un día que me libro de cargar no voy a llevar parte de lo tuyo. ¡Sería un tonto redomado si lo hiciera!

Bajo el sol abrasador al pobre asno se le doblaron las patas como si fueran de gelatina.
– ¡Ayuda… ayuda… por favor!

Fueron sus últimas palabras antes de derrumbarse sobre la hierba.

¡Blooom!

El dueño, hasta ese momento ajeno a todo lo que ocurría tras de sí, escuchó el ruido sordo que hizo el animal al caer. Asustado se giró y vio al burro inmóvil, tirado con la panza hacia arriba y la lengua fuera.

– ¡Oh, no, mi querido burro se ha desplomado!… ¡Pobre animal! Tengo que llevarlo a la granja y avisar a un veterinario lo antes posible, pero  ¿cómo puedo hacerlo?

Hecho un manojo de nervios miró a su alrededor y detuvo la mirada sobre el caballo.

– ¡Ahora que lo pienso te tengo a ti! Tú serás quien me ayude en esta difícil situación. ¡Venga, no perdamos tiempo, agáchate!

El desconcertado caballo obedeció y se tumbó en el suelo. Entonces, el hombre colocó sobre su lomo los dos sacos de harina, y seguidamente arrastró al burro para acomodarlo también sobre la montura. Cuando tuvo todo bien atado le dio unas palmaditas cariñosas en el cuello.

– ¡Ya puedes ponerte en pie!

El animal puso cara de pánico ante lo que se avecinaba.

– Sí, ya sé que es muchísimo peso para ti, pero si queremos salvar a nuestro amigo solo podemos  hacerlo de esta manera. ¡Prometo que te recompensaré con una buena ración de forraje!

El caballo soltó un relincho que sonó a quejido, pero de nada  sirvió. Le gustara o no, debía  realizar la ruta de regreso a casa con un cargamento descomunal sobre la espalda.

—————–

Gracias a la rápida decisión del molinero llegaron a tiempo de que el veterinario pudiera reanimar al burro y dejarlo como nuevo en pocas horas. El caballo, por el contrario, se quedó tan hecho polvo, tan dolorido y tan débil,  que tardó tres semanas en recuperarse. Un tiempo muy duro en el que también lo pasó mal a nivel emocional porque se sentía muy culpable. Tumbado sobre el heno del establo lloriqueaba y repetía sin parar:

– Por mi mal comportamiento casi pierdo al mejor amigo que tengo…  ¿Cómo he podido portarme así con él?… ¡Tenía que haberle ayudado!… ¡Tenía que haberle ayudado desde el principio!

Por eso, cuando se reunieron de nuevo, con mucha humildad le pidió perdón y le prometió que jamás volvería a suceder. El burro, que era un buenazo y le quería con locura, aceptó las disculpas y lo abrazó más fuerte que nunca.

Moraleja: Esta fábula nos enseña lo importante que es cuidar, respetar y acompañar a las personas que amamos no solo en los buenos tiempos, sino también cuando atraviesan un mal   momento en su vida. No olvides nunca el sabio refrán español: ‘Hoy por ti, mañana por mí’.

FABULA. El congreso de los ratones

Había una vez una familia de ratones que vivía en la despensa de una casa. Eran felices, pero vivían con miedo de ser atacados por un enorme gato, de manera que nunca se atrevían a salir ya que sin importar que fuera de día o de noche ese terrible enemigo siempre les vigilaba. Un buen día decidieron poner fin al problema, por lo que celebraron una asamblea a petición del jefe de los ratones, que era el más viejo de todos. El jefe de los ratones dijo a los presentes:

– “Os he mandado reunir para que entre todos encontremos una solución. ¡No podemos vivir así!”.

– “¡Pido la palabra!”, dijo un ratoncillo muy atento.

– “Atemos un cascabel al gato, y así sabremos en todo momento por dónde anda”.

Tan interesante propuesta fue aceptada por todos los roedores entre grandes aplausos y felicidad. Con el cascabel estarían salvados, porque su campanilleo avisaría de la llegada del enemigo con el tiempo para ponerse a salvo.

– “¡Silencio!”, gritó el ratón jefe, para luego decir:

– “Queda pendiente una cuestión importante: ¿Quién de todos le pone el cascabel al gato?”.

Al oír esto, los ratoncitos se quedaron repentinamente callados, porque no podían contestar a aquella pregunta. Y corrieron de nuevo a sus cuevas, hambrientos y tristes.

Moraleja: Es más fácil proponer ideas que llevarlas a cabo.

La pobre viejecita

Los tres vagos
Autor: José Luis García

(Se ilumina la escena y vemos al viejo Rey tumbado en la cama).
REY.-
-¡Ay, qué malito estoy!
(Entran los tres hijos. Deambulan por la habitación sin ver al Rey).
HIJO 1.-
Padre nos ha mandado llamar.
HIJO 2.-
Pero no está.
HIJO 3.-
Luego, no ha venido o se ha ido.
REY.-
Estoy en la cama.
1.-
(Aún no lo ven).
-¿Quién ha dicho eso?
3.-
Alguien desde una cama.
REY.-
Yo, vuestro padre y el Rey.
(Al fin los hijos ven al Rey en la cama).
2.-
-¡Papá!
3.-
Os lo dije: alguien nos hablaba desde una cama.
1.-
-¿Qué te pasa papá?
REY.-
Estoy malito.
2.-
Imposible, siempre has sido “buenito”.
REY.-
Voy a morir.
HIJO 1.-
No puedes papá, eres el Rey.
HIJO 2.-
-¿Cómo vas a morir si estás vivo?
HIJO 3.-
Te protegeremos. Dinos quién quiere matarte.
REY.-
Voy a morir y ya sé que los tres sois igual de bobos.
1.-
Pero papá.
2.-
-¡Papá!
REY.-
Chitón.
3.-
Papá.
REY.-
-¡Callaos! Ahora necesito saber cuál de vosotros tres es el más vago.
1.-
-¿Qué es un vago?
2.-
Un gandul.
3.-
El que no da palo al agua.
1.-
-¿Para qué darle un palo al agua?
REY.-
-¡Callad! El más vago de vosotros me sucederá y será Rey.
1.-
Padre, entonces el reino es mío. Soy tan vago que si me acuesto a dormir en el patio y comienza a llover, no me levanto aunque me empape hasta los huesos.
2.-
Eso es una bobada. El reino me pertenece a mí, pues soy tan vago que cuando estoy sentado al fuego para calentarme, prefiero quemarme los pies antes de retirar las piernas.
3.-
Eso no es ser vago, es ser bobo. El reino es mío.
2.-
-¿Por qué?
3.-
Porque soy tan vago que si me fueran a ahorcar y alguien me diese un cuchillo para cortar la soga, antes me dejaría colgar que levantar la mano hasta la soga.
REY.-
Tú has alcanzado el máximo grado. Tú serás Rey.
2.-
Pero papá.
1.-
-¡Papá, papá!
REY.-
-¡Chitón! La decisión está tomada. Marchaos que quiero dormir.
3.-
Tus deseos son órdenes.
2.-
Eres un pelota.
3.-
Y tú un envidioso.
1.-
Y tú un cara huevo.
REY.-
-¡Marchaos! Y apagad la luz al salir.
(Salen los tres hijos).
REY.-
-¿Por qué no habré tenido una hija?
(Se oscurece la escena).

FIN

Muchos más guiones teatrales organizados por número de personajes, edades recomendadas y temas:

a.
La Asamblea de los Animales
Obra en un acto
Dramatis personae:
El león egoísta
La serpiente perezosa
El mono juerguista
El burro trabajador
La oveja conformista
La cabra sabia
El perro honesto
Público: distintos animales aplaudiendo o abucheando las decisiones de la asamblea

Primer y único acto
Los animales con diálogo se encuentran sentados alrededor de una mesa. Cada uno en su silla, de cara al público. Con el tiempo se irán levantando. Los animales sin diálogo se amontonan a los dos lados de la mesa. Sentados en el suelo del escenario. El perro pasa a hacer la exposición inicial de la asamblea.
Perro: Vecinos, vecinas, animales todos. El invierno se acerca y hay muy poca comida para superarlo. ¿Qué podemos hacer?
(Pequeña pausa. Los animales se miran unos a otros pensativos).
Cabra: Creo que lo mejor sería empezar a reunir comida.
(El público aplaude: ¡Bravo! ¡Viva!).
Serpiente: ¿Y quién reunirá esa comida y cómo se repartirá?
Burro: Bueno… Yo creo que reunirla sería cosa de todos nosotros. ¿Cómo repartirla? Eso ya no sé…
Serpiente: ¿Nosotros? Shhhhhhhh. Conmigo no cuenten. Me duelen las piernas.
(Público: ¡Pero si no tiene piernas! Risas).
Mono: Aquí se hablá mucho de la comida, pero ¿y la bebida? También hay que divertirse. ¡Alegría! ¡Alegría!
Perro (interrumpiendo al mono): Estoy con el Burro. Creo que el trabajo nos toca a todos. Los más fuertes que den más y los más débiles menos. ¿Repartirla? Lo mismo. Los que tienen más cachorros más y los que tienen menos pues menos.
(Público: la mayoría aplaude).
Oveja: Estoy muy de acuerdo con el Perro. Es lo justo.
León (poniéndose en pie): En primer lugar, ¿por qué no podemos hacer trabajar a otros animales para nosotros? Por ejemplo, tú amigo Burro. Tú eres el más currante de todos nosotros. A ti se te da mejor. ¿No esperarán que yo con estás garras me ponga a cargar comida?
(Público: la mitad aplaude y la otra se queda callada).
Oveja: Estoy muy de acuerdo con el León. Es lo lógico.
León: ¿Y qué forma de repartir es esa? Los débiles, los que no pueden defenderse, no merecen nada. Repartamos la comida entre los fuertes (hace gestos enseñando los músculos y buscando el aplauso).
(Público: algunos aplauden y otros se miran con tono burlón).
Mono: Creo que si nos tomáramos una copita todo se vería más claro.
Burro: A mí no me importa trabajar, todos lo saben… Pero aquí todos tenemos cuatro patas (mira a la serpiente que le mira mal), ejem, bueno, casi todos… Entiendo que no trabajen los cachorritos, los viejitos y los enfermitos, pero ¿por qué no íbamos a trabajar todos los animales jóvenes y sanos?
Serpiente (para sí misma): Qué manía tiene la gente con hacer cosas cuando siempre puedes conseguir que algún tonto las haga por ti.
Cabra (que oye a la Serpiente): Trabajar no es obligatorio. Pero el que no trabaje, pudiendo hacerlo, que tampoco exija comida. He dicho.
(Público: aplauden todos).
Oveja: Como siempre amiga Cabra tienes razón. Yo iba a decir lo mismo justamente ahora.
Mono: Querida Oveja, ¿tú no tendrás ningún antepasado loro, verdad? (Mirando al público con tono burlón) Se repite más que el ajo, ja ja ja.
León: Vale, vale. Todos los que podamos trabajaremos por igual. Pero en lo de repartir no podéis negarme que tengo razón. Los fuertes merecemos más (vuelve a sacar músculo).
Mono (otra vez hablándole al público): El León es un motivado de la vida, ja ja ja ja.
(Público: se ríen todos).
Perro: Mono deja de burlarte de los compañeros o tendrás que abandonar la asamblea.
Mono: ¿Qué? ¿Cómo? Pero si soy el único que le da vidilla a este muermo. Pero me da igual. Ya me estaba aburriendo. ¡A la porra! (Deja su silla y se sienta junto al público).
Perro: Siguiendo con la propuesta del León. ¿Darle más al más fuerte? Eso significa darle más al que menos necesita. Además, el fuerte de hoy puede ser el débil de mañana. Todos podemos caer enfermos, partirnos una pata, y todos si tenemos suerte llegaremos a viejos. Nuestra fuerza está en permanecer unidos y ayudarnos los unos a los otros.
(Público: aplauden con fuerza).
Cabra: Amiga Oveja, ¿y tú qué opinas? Te hemos visto darle la razón a todo el mundo pero tu opinión propia aún no la conocemos.
Oveja: A ver. Yo creo que cuando uno tiene la razón, ese lleva la razón. Y cuando uno no lleva la razón, también puede tener su parte de razón. Si le das la razón a todo el mundo no quedas mal nunca. Así que estoy de acuerdo con todo lo que se ha dicho.
(El público la abuchea: ¡Fuera!).
Burro: Yo sólo soy un humilde trabajador pero pienso que en esta vida lo más importante es tener opinión propia.
(Público: aplausos y vítores).
Serpiente: Bueno si ya está todo claro demos la asamblea por terminada.
Cabra: Eh, pero si aún no hemos votado nada.
(El Mono no para de molestar a los otros animales del público: los despioja, salta, brinca).
Perro: ¡Mono respeta la asamblea o tendrás que esperar fuera hasta que acabemos!
Mono: (Refunfuñando y hablando para sí) Sí, sí, muy serio en las asambleas, pero a mi me da que es él el que tiene la selva llena de cacas.
León: Volviendo al tema, no discutiré más quién debe trabajar y cómo se repartirá. Aceptaré lo que diga la mayoría.
Perro: Bueno, votemos entonces: ¿Quiénes quieren que la comida la recojamos entre todos y se reparta de forma justa? Levanten las patas los que estén a favor y… (mirando a la serpiente) los que no tengan patas, la cola.
(Todos levantan la pata salvo el León, la Serpiente y el Mono).
Cabra: Por mayoría todos trabajaremos y la comida se repartirá equitativamente.
(Público: silbidos, aplausos y gritos de ¡bravo! y ¡viva!)
Burro: ¡Bien! ¡Justicia!
Serpiente: Maldición.
Oveja: Yo estoy siempre con la mayoría.
(El resto de animales la miran mal).
Mono: La última asamblea a la que vengo, juradito.
León: Habrá que aceptarlo. Quizás tengan razón, vecinos animales, y así vivamos mejor. Me han convencido.
(Público: más aplausos)
Perro: Pues manos a la obra, tenemos todo por hacer. A trabajar y a no perder nunca la esperanza.
FIN
                                                                                                                                                Autor: Ruy

3 Responses

  1. Homepage at  | 

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  2. jajaja Muy buena idea. Nos apuntamos lo del topo burócrata. El disfraz es fácil además y la caracterización: «impugno la asamblea», y se entierra en los estatutos.

  3. Fernando Ventura at  | 

    Está bien la obra. Lo que pasa es que yo habría introducido la posibilidad de crear una burocracia escalonada, con multitud de departamentos de contabilidad, gestión de datos, análisis de desviaciones y sus causas y áreas de mejora. Para presentar buenos informes a la asamblea. Un topo burocrático, por ejemplo.

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